Siempre he creído que los animales llenan el hogar de vida y amor, y esa afirmación se hizo más solida hace algo más de un año cuando adoptamos a nuestros tres gatos, ahí comprendí realmente el impacto que podían tener en nuestro día a día. Cada uno de ellos tiene su propia personalidad, sus manías y sus momentos de ternura, lo que convierte nuestra casa en un lugar dinámico y lleno de sorpresas constantes.
El primero en llegar fue Yuki, un gato introvertido que prefiere la tranquilidad y los rincones alejados del jaleo, miedoso y desconfiado por naturaleza. No es de los que buscan atención constantemente, pero cuando decide acercarse, principalmente cuando tomamos el primer café de la mañana lo hace con una ternura única que derrite el corazón. Luego llegó Milo, blanco y negro, el más revoltoso y gamberro de la casa. Siempre está ideando travesuras, saltando de un lado a otro y asegurándose de que nunca haya un momento de aburrimiento. Y finalmente, el más pequeño, Gabo, de color naranja y con problemas de visión. Su condición no le impide moverse con curiosidad y energía, pero lo hace con una cautela especial que lo diferencia de los demás, su juguete favorito es una simple pelota de papel que ruede por el pasillo.
Tener tres gatos tan distintos me ha enseñado que los animales, al igual que las personas, tienen sus propias personalidades y formas de relacionarse con el mundo. Yuki me recuerda la importancia del respeto al espacio personal, Milo me enseña a reír y disfrutar del caos ocasional, y Gabo me muestra que las dificultades no son impedimentos para vivir plenamente.
Pero más allá de lo enriquecedora que ha sido esta experiencia, quiero destacar la importancia de la adopción. Muchas veces se prioriza la compra de animales sin considerar que en refugios y protectoras hay miles de seres esperando una segunda oportunidad, en nuestro caso fue Sara Protectora. Adoptar no solo cambia la vida de un animal, sino también la nuestra. Es un acto de amor, de responsabilidad y de compromiso con seres que, sin pedir nada a cambio, nos regalan compañía incondicional.
Vivir con gatos adoptados me ha demostrado que la verdadera conexión con un animal no depende de su raza o procedencia, sino del cariño y la paciencia que estamos dispuestos a dar. Cada uno de los tres ha llegado a nuestras vidas con su historia y su personalidad, y juntos hemos creado un hogar lleno de amor, respeto y tolerancia.


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