El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, me brinda la oportunidad de reflexionar sobre lo lejos que hemos llegado en la lucha por la igualdad de género, pero también sobre lo mucho que queda por hacer. Este año, celebro esta fecha de una manera especial, junto a mi madre, ella y la gran mayoría de mujeres de su edad sufrieron una época marcada por la opresión y el machismo generalizado.
Mi madre y las mujeres de su generación crecieron en una sociedad profundamente patriarcal, donde eran vistas principalmente como esposas y madres, sin mayores posibilidades de decidir sobre sus propios cuerpos, su educación o su futuro profesional. Tiempos en el que las mujeres tenían que pelear no solo por sus derechos, sino por ser escuchadas en un mundo que parecía no querer reconocer su valía.
En aquella época , las mujeres eran educadas para ser sumisas, calladas y dependientes, mientras que las oportunidades para desarrollarse en otros ámbitos, fuera del hogar, eran limitadas. Mi madre y las mujeres de su generación vivieron esa realidad, se dieron cuenta de que el mundo que las rodeaba no les ofrecía las mismas oportunidades que a los hombres.
Los estudios, el trabajo y la independencia eran considerados “cosas de hombres” Soportaron una sociedad machista que las situaba a un segundo plano, pero nunca dejaron de luchar en un mundo que les negaba tantas oportunidades. Desafiaron un sistema que les decía que su lugar estaba en la sombra, pero juntas demostraron que ninguna mujer es menos que un hombre y que todas merecían las mismas oportunidades.
Este Día Internacional de la Mujer, mi homenaje está dedicado a esas mujeres que soportaron y desafiaron una sociedad machista, como mi madre, y que, con su esfuerzo, resistencia y valentía, sirvieron de inspiración a quienes a día de hoy siguen luchando por un mundo más justo. Agradezco a mi madre y a todas las mujeres de su generación, porque gracias a ellas, hoy se puede seguir avanzando en la conquista de los derechos y la libertad de todas las mujeres del mundo.


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