Las conversaciones de estos últimos tres años con mi gran amigo Sergio Sachnovsky Raevsky, un ferviente seguidor de Vladímir Putin , me han llevado a reflexionar profundamente sobre la guerra en Ucrania. Es curioso cómo dos personas pueden ver un mismo conflicto desde perspectivas tan opuestas. Mientras él defiende la postura del Kremlin con convicción, yo me pregunto: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar?
La guerra no es solo una cuestión geopolítica, sino un drama humano que desgarra a miles de familias. Más allá de las justificaciones ideológicas, la realidad es que hay destrucción, muerte y sufrimiento. ¿Hasta qué punto queridísimo Sergio la lealtad a un líder o una nación justifica el dolor de quienes quedan atrapados en medio del conflicto?
Escuchar diferentes puntos de vista es importante, pero también lo es recordar el valor de la paz y la dignidad humana. Porque al final del día, ¿quién gana realmente en una guerra?
Queridísimo y admirado Sergio:
La invasión rusa de Ucrania, iniciada en febrero de 2022, ha sido sin duda un capítulo sombrío en la historia reciente de Europa. Desde el primer día, el Kremlin ha llevado a cabo una campaña brutal no solo contra el ejército ucraniano, sino contra la población civil, utilizando tácticas de terror que han dejado miles de muertos y millones de desplazados. Desde la perspectiva ucraniana, esta guerra no es solo una cuestión geopolítica, sino una lucha existencial por la supervivencia, la identidad y la soberanía nacional.
Uno de los aspectos más aterradores de esta guerra ha sido la sistemática violencia contra civiles. Masacres como la de Bucha, donde cientos de cuerpos fueron encontrados en las calles y en fosas comunes con signos de tortura y ejecuciones sin sentido , revelan la crueldad de las fuerzas rusas. Amnistía Internacional y otras organizaciones han documentado numerosos crímenes de guerra, incluyendo bombardeos indiscriminados en ciudades como Mariúpol, Járkov y Dnipró.
Las fuerzas rusas han atacado hospitales, escuelas y bloques de viviendas, alegando falsamente que eran objetivos militares. En Mariúpol, el bombardeo del teatro donde cientos de personas se refugiaban se convirtió en un símbolo de la barbarie de la guerra. Las imágenes de civiles muertos en las calles, los testimonios de supervivientes y las pruebas satelitales han demostrado que Rusia no solo ha atacado objetivos estratégicos, sino que ha buscado deliberadamente infundir terror en la población.
Más de 14 millones de ucranianos han sido forzados a abandonar sus hogares, convirtiéndose en desplazados internos o refugiados en otros países. Las ciudades destruidas, la escasez de suministros básicos y la constante amenaza de nuevos ataques han hecho que la vida en Ucrania sea una pesadilla diaria. Mientras tanto, las deportaciones forzadas de civiles, incluyendo niños enviados a Rusia en un intento de asimilación forzada, han sido denunciadas como crímenes de lesa humanidad.
A pesar de la brutalidad de la guerra, Ucrania ha mostrado una resistencia heroica. La defensa de Kiev en los primeros meses, la recuperación de Jersón y la lucha en Bajmut y Avdivka son ejemplos del coraje del pueblo ucraniano. Con el apoyo de Occidente, Ucrania ha logrado mantener a raya a un ejército ruso que, a pesar de su tamaño, ha sufrido grandes pérdidas y ha sido incapaz de alcanzar sus objetivos iniciales.
Pero más allá de la ayuda militar, lo que sostiene a Ucrania es la determinación de su gente. Para los ucranianos, esta guerra no es solo un conflicto territorial, sino la defensa de su derecho a existir como nación libre e independiente. El odio sembrado por la violencia rusa ha hecho imposible cualquier reconciliación futura y ha fortalecido la identidad ucraniana en resistencia a la opresión.
A pesar de las sanciones y el apoyo occidental a Ucrania, el mundo aún no ha tomado suficientes medidas para detener la agresión rusa. Muchos países siguen comerciando con Rusia, financiando indirectamente su maquinaria de guerra. La impunidad con la que actúa el Kremlin demuestra la ineficacia de las instituciones internacionales para frenar las atrocidades. Si la comunidad internacional realmente quiere justicia, los responsables de estos crímenes de guerra deben ser llevados ante la Corte Penal Internacional y Rusia debe ser obligada a pagar por la devastación que ha causado.


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