La injusticia de morir demasiado joven

La muerte es siempre un golpe, pero hay pérdidas que duelen de una forma especial, que remueven algo profundo dentro de nosotros. En este último mes he tenido que despedir a varias personas que aún tenían mucho que decir en la vida, almas llenas de sueños y proyectos por dar. Es una de esas rachas que te dejan sin palabras, que te obligan a enfrentarte a lo frágil e impredecible que es la existencia.

No es justo que alguien que está en el mejor momento de su vida, dónde le queda mucho que escribir en su historia se vea obligado a cerrarla de golpe. No es justo que las parejas , hijos , padres tengan que enfrentarse al vacío de un adiós inesperado, que los amigos queden con conversaciones pendientes y abrazos que nunca llegarán. No es justo que el talento, la bondad y la luz de tantas personas se apague antes de tiempo.

Y sin embargo, en medio de esta sensación de injusticia, de impotencia y rabia, también está la certeza de que la muerte no es el final. Como creyente, sé que hay algo más allá, que la vida no termina con el último aliento, que de alguna manera seguimos existiendo en otra forma, en otro lugar. No sé si eso alivia del todo el dolor de los que nos quedamos aquí, pero sí nos da la esperanza de que la despedida no es definitiva.

A los que han perdido solo les queda honrar su memoria, recordar lo que les enseñaron, seguir su ejemplo y asegurarse de que su paso por este mundo no fue en vano. Porque la injusticia de su partida solo puede combatirse con el amor que dejaron atrás.

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